martes, 24 de mayo de 2011

Mercados Efímeros: un ensayo sobre un texto de Carlos Gabetta. Por Mario Cardoso

lunes 14 de diciembre de 2009


Mercados efímeros: (Una paráfrasis y reescritura del artículo de
Carlos Gabetta, El capitalismo en cuestión,
publicado en el Dipló de noviembre de 2009)
Para cualquier serio historiador de la economía, no importa
cual sea su afinidad ideológica, es una verdad que en
nuestros días cualquier aumento de la producción y la
productividad destruye puestos de trabajo.
Esto ocurre porque los bienes, que se producen en mayor
cantidad y más rápidamente, se ofrecen en un
mercado cada vez menor en términos de poder
adquisitivo, consecuencia del desempleo y de la caída de la
participación de los trabajadores activos en el ingreso.
Después de los “años dorados” del crecimiento del
capitalismo que culminaron con la crisis del petróleo de
1973, la tasa de ganancia del capital tiende a disminuir por
lo que para compensar las empresas achican costos en
proveedores, controles, servicios, y en particular:
salarios. La otra cara del fenómeno de la disminución de
la tasa de ganancia ha sido la derivación del capital
productivo a la especulación financiera.
Otra vez, disminuir salarios ha sido la causa de la
“deslocación”, esto es el traslado de la producción a
otros países con salarios más bajos e incluso con requisitos
ambientales e impositivos menores, es decir, con menores
costos.
Esta conducta tiene el resultado paradojal de achicar la
demanda global, pues se producen más bienes para
mercados más empobrecidos. Lógica que se exacerbó luego
de la implosión de la experiencia socialista en la Unión
Soviética, puesto que se expandió a escala planetaria. El
otro gran ensayo comunista, China, se ha transformado en
un totalitarismo capitalista, protagonista de esta sistema
perverso por su condición de titular de los bonos de estado
de Estados Unidos, quien es a la vez su principal cliente
comercial.
Estamos en un callejón sin salida dentro de esta lógica,
como un perro que se muerde la cola.
Pateando el problema hacia adelante
Hace cuatro década cuando estalló el desarrollo tecnológico
y científico aplicado a la producción, los primeros efectos
fueron el debilitamiento progresivo del empleo y de la
afiliación sindical, mientras que aumentaba la actividad
financiera. Para la época la situación política mundial
posibilitó un ocultamiento de los primeros
síntomas de achicamiento de los mercados,
puesto que los trabajadores desempleados en un
sobreviviente Estado de Bienestar continuaban cobrando
sus salarios y aportes -en el peor de los casos- por un lapso
de dos años, mientras que los trabajadores activos recibían
ofertas de crédito financiero. Fue por ello que los efectos
sobre el consumo no se notaban todavía; por otro lado, los
países en vías de desarrollo recibían los beneficios de la
“deslocalización”. El mundo iniciaba así una etapa
vertiginosa de consumo basado en el
endeudamiento; los préstamos del FMI y el flujo de la
especulación financiera amplificaron el fenómeno. Pero
luego de algunos chisporroteos en la periferia, el modelo
concluyó finalmente con la implosión global de 2008.
En síntesis, a la baja en la tasa de ganancias y a la baja de
la demanda global, se encontró el mecanismo de estimular
artificialmente la demanda por medio de la globalización
financiera.
Además, la presión por reducir costos, luego de reducido el
costo salarial, se hizo sentir en los Estados de Bienestar,
productos éstos de un complejo proceso de inclusión y
estabilización social minuciosamente tejido durante “los
treinta gloriosos” que siguieron a la Segunda Guerra
Mundial. Con esta presión por la reducción del “costo” de
los Estados de Bienestar, podemos datar el surgimiento del
llamado “neoliberalismo”, y señalar a sus emblemáticos
personeros: Ronald Reagan, Margaret Tatcher, Pinochet,
Videla, Felipe González, Mitterrand, Blair y Menem.
De manera paradójica, este modelo que se derrumbó en
2008, muestra nuevamente en rojo los números de las
deudas públicas y del salario; volviendo a un grado cero, si
tomamos como punto de partida los ’70 verificamos hoy las
mismas variables de la depresión: aumento del precio de
las materias primas, bajas tasas de interés, bajo
crecimiento, estados endeudados y desempleo.
Las crisis políticas
Lamentablemente hay una cara política frente a este
desasosiego e incertidumbre: las reacciones
violentísimas, las crisis políticas permanentes. Después
de haber rescatado al sector financiero con billones de
dólares de los contribuyentes, Barack Obama es tildado o
bien de “comunista” o bien de “nazi” por su intento de crear
un seguro médico universal estatal que no sólo costaría la
enésima parte de lo que costó el rescate financiero, sino
que pondría fin al despilfarro en salud con escasos
beneficios que hay en los Estados Unidos. Este país destina
actualmente el 29% de su PBI a un sistema de salud
desintegrado y tan ineficiente que deja sin cobertura a más
de 50 millones de ciudadanos (mientras que en Dinamarca,
con un gasto del 9% del PBI en salud, toda la población
está cubierta y con excelencia).
Piénsese lo que se quiera sobre el hecho, lo cierto es que
pareciera que se está perdiendo la posibilidad de resolver
conflictos a través de las formas políticas hasta ahora
vigentes: los descalificativos mencionados (nazi,
comunista) son producidos por los medios de comunicación,
una parte de la clase política y la propia sociedad
estadounidense, lo que ha llevado al actual Presidente de
los Estados Unidos a la sorprendente decisión de excluir a
la cadena Fox News de sus conferencias de prensa a
causa de la virulencia y el tono de sus ataques.
Alguien ha dicho que la polarización es el crack de la
política de nuestros días: la necesidad de experimentar una
sensación breve e intensa que el sistema ansía
experimentar una y otra vez. Hay una exacerbada división
entre “derecha” e “izquierda” en América que ya no se
corresponde con su significado acuñado en la Revolución
francesa, sino más bien se trata de una especie de pérdida
del sentido de la realidad.
Lo que ocurre es que todavía existe la idea de que los
únicos afectados por la crisis económica son los sectores
populares, los trabajadores poco calificados; pero la
desocupación crónica incluye a las clases medias por la
desaparición y el hundimiento del comercio pequeño y
mediano y la desvalorización del salario en el sector de los
servicios, donde tradicionalmente la capacitación oficiaba
como un plus de valor. Los trabajadores de cuello blanco, y
los técnicos especializados y profesionales están cada vez
más sumergidos en el magma de los asalariados o
directamente, desempleados.
En síntesis, esta crisis afecta a las clases populares, a las
clases medias, y a las clases medias altas. Considérese los
sorprendentes 25 suicidios en menos de dos años en
France Telecom, un sector de trabajadores hasta hace
poco privilegiados; estos suicidios no responden a un
deterioro salarial, y menos a una pérdida de empleo, sino al
nuevo estilo de gestión de los “recursos” humanos que
implican arbitrarios e intempestivos cambios de horario o
de lugar de trabajo; recorte o desaparición de beneficios
sociales.
Asistimos a una era donde la clase política es incapaz de
asumir el timón como lo hizo Roosvelt después de la crisis
del 29, reinventando el ideario norteamericano hasta ese
momento anclado en un libertarianismo acérrimo
promovido por el Partido de los Negocios, el Partido
Republicano, durante largos años.
La emergencia de clases medias desesperadas, con un
presente sin futuro, tiene por cierto un destino abierto
políticamente hablando.
Si la crisis de la Edad media, en el siglo XIV no podía
prefigurar para sus contemporáneos el lento tránsito al
capitalismo. A los contemporáneos del siglo XXI, no nos es
posible prefigurar si hay una crisis Terminal del capitalismo
o vamos a una nueva etapa.
Pero lo que sí es cierto es que ciertos modos de pensar la
política que imaginó el Iluminismo del Siglo XVIII como la
representación, la división de poderes, los partidos
políticos, se han demostrado insuficientes y anticuados
para encarar esta crisis.
En su libro, LA CONTRADEMOCRACIA, La política
en la era de la desconfianza, Pierre Rosanvallon nos
describe los 3 modos de Control que los representantes
ejercen sobre sus representados:
1. La vigilancia,
2. La denuncia
3. La calificación
Me interesa señalar la última por novedosa:
La calificación, y más en general la evaluación es la tercera forma que
adopta el poder de vigilancia. Consiste en una evaluación
documentada, técnicamente argumentada, a menudo cualificada, de
acciones particulares o de políticas más generales. El objetivo es el
peritaje de la calidad y la eficacia de una gestión. Durante la dinastía
Ming, en la que evidentemente no había ni democracia ni formas de
representación, el equivalente de las alternancias políticas se
realizaba en el momento de las “grandes calificaciones” (daji)
periódicas. La administración imperial hizo de la organización de
una inspección muy estructurada un elemento de su poder y
eficacia. De modo que no debe sorprender que Sun Yat-Sen, padre de
la República China, haya propuesto agregar a los tres poderes de
Montesquieu el “poder de control” (el Yuan de control) para
constituir la arquitectura política de la China del siglo XX.
Creo, con Rosanvallon, que
Los ciudadanos han conquistado verdaderamente, bajo esta modalidad de la
calificación, el equivalente de un nuevo poder: un poder aquí prácticamente
directo, que se ejerce sin representantes.
La democracia por esta vía está igualmente en tren de
transformarse profundamente.[1] Y el capitalismo puede
transformarse definitivamente en una forma más controlada de
convivencia social, que respete el mercado como asignador de
recursos, pero con los límites que el propio ambiente reclama.
Si la crisis comenzó inexorable por el aumento de los precios
del petróleo (la energía vital del capitalismo que hemos
conocido en el siglo XX), es hora, por el bien de nuestro
entorno y de todos nosotros, que comencemos a pensar al
menos en un capitalismo diferente, absolutamente respetuoso
del medio y de las personas.
Si de esto deviene un cambio de modo de producción con
mercados menos efímeros, pues no seremos nosotros quienes lo
podremos inducir, -no creo en el éxito de vanguardias iluminadas-,
aunque no me caben dudas de que resultará una sociedad mejor de
la que vivimos hoy.
Sí nos cabe a todos encontrar nuevas formas de integración y
cohesión social con un respeto profundo por la naturaleza y el
hombre. Parecida fue la función del Iluminismo del siglo XVIII.
Como dijo un catedrático español, Antonio la Fuente[2], el siglo
XVIII fue la liberación de las almas de la sujeción religiosa. Tal vez
el XXI pueda abrigar el nacimiento de la liberación de la sujeción
tanto a los Estados como a las Multinacionales como paradigmas
de lo político.
Mario CARDOSO, Bs. As. Diciembre de 2009
[1] ROSANVALLON, Pierre, LA CONTRADEMOCRACIA, La política en la era de la
desconfianza. Editorial Manantial, Bs. As. 2007. PÁGS. 66-69
[2] Antonio Lafuente El carnaval de la tecnociencia.
Diario de una navegación entre las nuevas tecnologías y los nuevos patrimonios
© 2007 Gadir Editorial, S.L.
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